Mi padre estaba muerto cuando, llegado con retraso, puse mis labios llenos de vida sobre su boca fría. A menudo he dicho, parafraseando a Francisco de Quevedo, que la mayor voluptuosidad hubiera sido sodomizar a mi padre agonizante. ¿Existe, en efecto, para un hombre, más terrible profanación y mayor prueba de vida, que este sacrilegio, que este desafío? Sólo mi cobardía y las circunstancias me impidieron cometerlo, pero puedo aún soñar con realizarlo.
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Enviada por Olga hace 9 años
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