Gala se fue. Yo recibí entonces la visita del mozo de aquella planta, quien, con aspecto transtornado, me dijo que barriendo el salón del hotel había hecho caer accidentalmente un cuadro y que éste se había empalado en el mango de su escoba. Seguro que iba a ser despedido si yo, el artista, no encontraba el medio de reparar el desaguisado. Me encontraba todavía transido de amor e inclinado a la piedad. Acepté, y con todo cuidado borré las señales de la perforación. Creía haber acabado con esta buena acción, pero para agradecérmelo apareció, a la hora de la comida, con tres docenas de ostras que me suplicó aceptara. Acababa de enterarme de que una epidemia devastaba los viveros y la sola idea de tragar uno de aquellos mariscos me encogía el corazón y me revulsionaba de terror. Miraba ya la forma de desembarazarme de la bandeja, pero el hombre, desbordando agradecimiento, quiso asistir a mi cena y me fue presentando una a una las ostras, que abría para mí. Creí morir y permanecí dos días sudando de angustia y esperando la muerte. Aquella noche decidí no volver a ser bueno jamás y he mantenido mi palabra. Mi generosidad y las atenciones de mi corazón las reservo exclusivamente para Gala.
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Enviada por Olga hace 9 años
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