Hay una verdad trivial, pues no hay duda ni incertidumbre al decirla, que sin embargo es importante tener siempre presente: todos nos vamos a morir, el desenlace de todas las vidas es el mismo.
Sabemos que nos vamos a morir, simplemente por el hecho de que estamos vivos. Sabemos el qué, pero no el cuándo, ni el cómo, ni el dónde. Y aunque este desenlace es seguro, ineluctable, cuando esto que siempre pasa le ocurre a otro, nos gusta averiguar el instante, y contar con pormenores el cómo, y conocer los detalles de dónde, y conjurar el porqué. De todas las muertes posibles hay una que aceptamos con bastante resignación: la muerte por vejez, en la propia cama, después de una vida plena, intensa y útil.
Casi todas las otras muertes son odiosas y las más inaceptables y absurdas son la muerte de un niño o de una persona joven, o la muerte causada por violencia asesina de otro ser humano. Ante estas hay una rebelión de la conciencia, y un dolor y una rabia que, al menos en mi caso, no se mitiga.
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Enviada por Andréa hace 9 años
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