Quienquiera que dijera que la vida era un cuenco de cerezas, se había olvidado de que cada cereza tenía un duro hueso esperando sorprender a los incautos, que terminaban con un diente roto, atragantándose, resbalándose y cayendo al suelo. Todo ello provocado por un simple hueso de cereza.
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Enviada por Quique hace 9 años
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