En nombre de leyes que era tan incapaz de descifrar como si estuvieran en chino, comprobó que unos condenaban lo que otros aprobaban; se extravió en el intrincado bosque de los juicios literarios; perdió completamente la cabeza. ¡Dios mío! ¿Era posible que fueran tantas las objeciones a las que había que hacer frente para escribir, tantas las exigencias múltiples y contradictorias que había que satisfacer?
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Enviada por Tamara hace 9 años
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