Al principio Shannon había llevado la cuenta [de los latidos del niño rescatado de las aguas] con su reloj -el reloj impermeable de Sulmona también -, pero ahora seguía el ritmo inefable: el dolor de la sangre en su propia herida. Ahora toda la pierna le latía a golpetazos formidables, como si el corazón suyo, buen general del cuerpo, se le hubiese trasladado al punto del peligro. Y aquel ritmo, aquel reloj biológico, aquel golpetear del eco universal en el cuerpo humano, era el árbitro de la vida del chiquillo.
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Enviada por Judith hace 9 años
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