Pero el Negro, inesperadamente, se plantó ante el Benigno y gritó más fuerte aún:
— A callar, cacique!
Aquella voz era un arma y el Negro lo sabía. Había vencido con ella en decenas de mítines. También esta vez cortó el aire; se infiltró en los cráneos, conquistó la atención en el acto. El Negro estaba ya subido en una silla.
—¿Pagar por un perro? ¿Un hombre por un perro?
Repitió la última frase y le concedió una pausa. Conocía a su gente. Sabía cuánto tardan en oír algo distinto por haber estado sometidos secularmente al machaqueo del mismo martillo.
— ¿Vais a ir a presidio por el perro del que os explota, os presta robando y se queda con las tierras cuando no podéis pagar? ¿Vais a matar a un pobre por el perro de un rico?
¡Que pague el rico! ¡Que pague, y no por un perro! ¡Que pague por vuestro sudor, por vuestras tierras, por vuestras hijas!
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Enviada por Judith hace 9 años
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