Sin embargo, toda la ciencia de esta tierra no me dará nada que pueda asegurarme que este mundo es mío. Me lo describes y me enseñas a clasificarlo. Me enumeras sus leyes y en mi sed de saber consiento en que sean ciertas. Desmontas su mecanismo y mi esperanza aumenta. En último término, me enseñas que este universo prestigioso y abigarrado se reduce al átomo y que el átomo mismo se reduce al electrón. Todo esto está bien y espero que continúes. Pero me hablas de un invisible sistema planetario en el que los electrones gravitan alrededor de un núcleo. Me explicas este mundo con una imagen. Reconozco entonces que has ido a parar a la poesía: no conoceré nunca. ¿Tengo tiempo para indignarme por ello? Ya has cambiado de teoría. Así, esta ciencia que debía enseñármelo todo termina en la hipótesis, esta lucidez naufraga en la metáfora, esta incertidumbre se resuelve en obra de arte. ¿Qué necesidad tenía yo de tantos esfuerzos? Las líneas suaves de esas colinas y la mano del crepúsculo sobre este corazón agitado me enseñan mucho más.
He vuelto a mi comienzo. Comprendo que si bien puedo, por medio de la ciencia, captar los fenómenos y enumerarlos, no puedo aprehender el mundo. Cuando haya seguido con el dedo todo su relieve no sabré más que ahora.
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Enviada por Rebeca hace 8 años
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