El ritualismo fúnebre se pierde en la noche de los tiempos. Aparece ya como creencia arraigada en la familia indo-ariana. Los familiares y deudos del difunto le saludaban y hablaban como si pudieran esperar de él una respuesta: le llamaban tres veces consecutivas por el nombre que había llevado y otras tres se le recomendaba:
"¡Cuidate bien!". Y se le expresaba este antiguo deseo: "¡Que la tierra te sea leve!". La sepultura era su vivienda. El alma que carecía de tumba, carecía de vivienda, no tenía dónde alojarse y pasaba a ser errante, sin paz y sin reposo. De ahí el deber de enterrar a los muertos. De lo contrario, éstos se volvían contra los vivos, en forma de larvas o de fantasmas.
Tras la agitación y los trabajos de este mundo, cada alma apetecía el reposo, un lugar respetado cubierto de tierra, que abrigara los restos de su cuerpo, no sólo la breve carne, sino los duraderos huesos.
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Enviada por David hace 8 años
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