Mi abuela había sufrido un ataque que la dejó casi totalmente paralítica el resto de su vida. En razón de su precario estado de salud, la familia decidió ocultarle el deceso de mi papá, pero mi torpeza se puso de manifiesto cuando repetí frente a ella el mismo eufemismo que había usado mi mamá para darme la noticia: “Mi papá ya se fue al cielo”. Entonces supe que la parálisis suele ser insuficiente para impedir que ruede una lágrima por la mejilla de quien la padece.
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Enviada por Ingrid hace 8 años
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