Una piedra de buen tamaño, que relucía desnuda lavada por la lluvia, se hallaba una vez en un lugar elevado, rodeada de flores de muchos colores, en el borde de un huerto que daba a un camino pedregoso. Después de mirar durante largo rato a las piedras del camino, sintió el deseo de dejarse caer entre ellas. “Qué hago yo aquí entre las plantas- se preguntó -. Debería de estar ahí abajo, con las de mi clase”. De modo que rodó hasta el fondo del terraplén y se unió a los demás. Pero las ruedas de los carros, los cascos de los caballos y los pies de los minantes no tardaron en reducirla a un estado de continua aflicción. Todo pasaba por encima de ella o la golpeaba. A veces, al verse sucia de barro o de excrementos de animales, alzaba la vista un poco – en vano – hacia el lugar que había abandonado: aquel lugar de soledad y plácida felicidad. Eso es lo que le seduce a todo aquel que decide abandonar la vida solitaria y contemplativa, para descender junto a gentes de infinita perversidad.
+1
Enviada por Ingrid hace 8 años
No se ha encontrado imágenes sobre esta frase de Leonardo da Vinci.