Su padre solía decir que el ser humano no era más que una bestia condenada a pensar. Una bestia con una herramienta mental que hacía de ella algo único, pero que no se dejaba controlar lo suficiente, que se entregaba sin manual de instrucciones y que, además, actuaba por su cuenta la mayor parte del tiempo, sin el beneplácito de la atónita bestia que no sabía cómo detenerla cuando se ponía a interpretar sus propias melodías y que simplemente podía asistir a sus variaciones, a sus repentinas estridencias, esperando que el sonido volviese pronto a resultar acompasado, conocido, sin más alteración. Sin más perturbaciones ni sorpresas.
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Enviada por Rebeca hace 8 años
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