A menudo he recorrido mis labios con los dedos; más tarde, he ensortijado también mi vello púbico con un dedo antes de quedarme dormida, al despertar, mientras leía en la cama. He hecho eso sin disfrutar hasta los veintiocho años. Era un pasatiempo, una comprobación. Olía mis dedos, respiraba el extracto de mi propio ser al que no atribuía valor alguno.
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Enviada por Rebeca hace 8 años
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