Desayunábamos y mi madre me contaba las fealdades de la vida. Cada mañana me ofrecía un regalo terrible: el del recelo y la suspicacia. Todos los hombres eran unos cabrones, unos desalmados. Al hablar, me miraba con tal intensidad que me hacía preguntarme si yo misma era un hombre o no. Ni uno solo de ellos redimía a otro. Abusar de ti, ahí tienes su objetivo. Yo debía entenderlo y tenerlo presente. Cerdos. Todos unos cerdos. (…)
0
Enviada por Rebeca hace 8 años
No se ha encontrado imágenes sobre esta frase de Violette Leduc.