Aquel era el típico pueblo del que se habría enamorado la madre de Eva. Pequeño, infinitamente vulgar, con sus casuchas bajas, las calles estrechan que bajaban hacia el puerto y el relieve de la costa a lo lejos. Apenas había coches aparcados y la gente que pasaba tenía un aspecto triste, atrapada en pensamientos que –a su entender- debían resultar mezquinos. Comer, vestirse, ocuparse del ahora sin mañana.
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Enviada por Rebeca hace 8 años
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