Estambul es, además, una atmósfera: porosa hasta el delirio, recargada, omnipresente. Al sol, se perfila nítida y brillante, revestida por un halo de la más alegre y anaranjada luminosidad meridional. En los días nublados, al anochecer y al alba, rezuma una humedad sombría, que se arrapa a su pavimento y a sus fachadas, como supuración de una oculta gangrena, en agudo contraste con las achatadas y relucientes cúpulas, con la aguda verticalidad de los minaretes, que se elevan, delgadísimos, como afilados lápices, contra el cielo despejado.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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