El aire detenido, la luminosidad primera de la luna llena empapando sigilosa y azul el largo valle. Veo a Carla marchándose ya, leve sombra errátil entre las vagas sombras opalinas. Desde más allá de los cerros, cuya silueta me recuerda las tortugas gigantes desovando inmóviles en los arenales perdidos, emergen los agónicos susurros del mar. Nuestra existencia, qué ardiente cúmulo de insaciables deseos…
Creí dispersadas las viejas cenizas, y he ahí que súbitamente comienzan a levantarse de nuevo, sedientas de vida, de mi vida, y hasta vengativas. Tengo esta noche las sensación de que algo todavía indefinida y sin embargo implacable se ha apoderado del verano y de mí.”
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Enviada por Tomás hace 8 años
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