La mujer, flaca y enlutada, sentada sobre un noray, se rascó en el muslo. Un remolcador sucio cortaba el agua aceitosa del puerto, adormilada bajo un sol de plomo. En las calientes losas del muelle, junto a la mujer, había un puñado de cabezas de atún, aplastadas y sanguinolentas, rodeadas de moscones, verdes y locos de calor. El pistoneo del remolcador, resplandeciendo en el silencio luminoso de la atmósfera, era la única cosa fresca en todo el puerto. La mujer, hierática, se rascó un sobaco.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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