Los dos hablamos mecánicamente. Nuestros labios se movían, pero mentían. Sólo nuestros ojos se movían y se reconocían. Pero, cuando al fin la tomé entre mis brazos, nuestro labios fueron sinceros.
Jamás olvidaré ese instante. Fue entonces cuando vi la sombra de nuestras cabezas unidad en la pared encalada. Lámparas, mariposas de aceite por todas partes. Por todas partes, sombras que danzaban, vacilaban, se alejaban por aquel largo y desnudo pasillo.
-Hélène-llamó el enfermo-. Hélèn.
No nos movimos. Ella parecía sorber, beberse mi corazón. Cuando la dejé marchar, la quería menos.
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Enviada por Esther hace 8 años
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