—A veces me pregunto si no estoy con vosotros por odio a esa burguesía pequeña que me ahoga: cicateros, ruines, miserables, viles con los desheredados, viviendo del husmeo del nepotismo, mezquinos, avaros: respetuosos para las simonías, patarateros, codiciosos; versátiles según el poder, royéndole los zancajos a todo lo que huele a espíritu, no neciamente sino a conciencia, alacranados de envidia, siempre dispuestos a cocear los santos; diligentes en su provecho, ronceros en el de todos; follones, vanos cobardes, lagoteros. Lo da la manera de procurarse los cuartos: negociejos, granjerías pequeñas a revoltijos de la ley y precios falsificados, dando gato por liebre, gozando bellaquerías; lilailas que son, nebulones, recelosos.
Templado y el juez se han unido a sus amigos. Rivadavia ríe y comenta:
—Sin embargo, sin ellos no seríamos. Hijos que somos de la ciudad y de la importancia del comercio. Sin ciudades no hay cultura, que la de los monasterios lo fue en alcanforina, en la edad de merecer, y residuo de las viejas ciudades. Y el Renacimiento, hijo de la Ciudad, hija de la burguesía. El jefe, el rey, el mandamás no formaron ciudades, sino castillos. ¡Viva el lujo y quien lo trujo! Y tengo cierto miedo que el día en que desaparezca la burguesía, la civilización dé un zambullido.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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