—Ni García Prieto. Ni Prieto. Digo —¿me oyes?—: odio a la mentira. Digo: odio a los sofistas. Digo: odio los silogismos. Odio vuestras consignas, las que aceptáis sabiéndolas falsas y estáis dispuestos a defender hasta la muerte, no por lo que digan, que tanto os da, sino por quien os ha dicho que las sostengáis. Crees en lo que te dicen, sin creerlo. Tienes papa, que profetiza sobre el color de los zapatos, los comedores populares o el último discurso de Negrín. Tenéis un papa para cada cosa y para cada día. A veces dais sensación de párvulos.
—Todo lo que quieras, pero es la única manera de ganar la guerra. No se me oculta mi ingenuidad, pero toda esta mentira que te choca se convierte en norma de ejércitos. Los nuestros luchan por la tierra: ésa es su verdad; por las fábricas. El tremendo daño de los otros es que luchan por unos principios nebulosos. De nuestro lado me basta con mi carpintero, mi albañil. Saben y tiene fe. La fe y la acción son una misma cosa. Cuando falta la fe y queda sola la inteligencia, las épocas degeneran. La inteligencia es una fuerza pasiva, agrícola. Sólo la fe empuja. A veces el hambre: la fe, hambre que no se sacia.
—No lo diría mejor Cuartero.
—Toda fe sin acción no es fe, sino caparazón. La inteligencia sin fe se reconcome, gongoriza y muere matando. Demasiados absurdos en este mundo para que la inteligencia pueda mantener el hombre en tensión. La inteligencia divide, enfrenta, cristaliza, pero en ningún momento engendra más que espejos o escepticismos.
—Por eso tu partido le tiene tanta prevención a los intelectuales...
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Enviada por Tomás hace 8 años
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