"Ya tiene edad de morir". Tristeza y exilio de los ancianos: la mayoría ni piensa que han llegado a esa edad. Y yo también, aun refiriéndome a mi madre, he utilizado esa fórmula. No comprendía que se pudiera llorar con sinceridad a un pariente, a un abuelo de setenta años. Si encontraba una mujer de cincuenta años postrada porque había perdido a su madre, la consideraba una neurótica: todos somos mortales; a los ochenta años se es lo suficientemente viejo para convertirse en un muerto...
Pero no. No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que mi madre por su edad estaba condenada a un fin próximo no atenuó la horrible sorpresa: tenía un sarcoma. Un cáncer, una embolia, una congestión pulmonar: es algo tan brutal e improvisto como un motor que se detiene en el aire. Mi madre alentaba al optimismo cuando impedida y moribunda ella afirmaba el precio infinito de cada instante; asimismo, su vano encarnizamiento desagarraba el velo tranquilizador de la superficialidad cotidiana. No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos somos mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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