Durante su agonía recibí muchas cartas que comentaban mi último libro: "Si usted no hubiera perdido la fe, la muerte no le asustaría tanto", me escribían algunos devotos con biliosa conmiseración. Ciertos lectores benébolos me exhortaban: "No importa desaparecer: su obra perdurará". Interiormente les contestaba a todos que se equivocaban. La religión no podía hacer por mi madre más que por mí la esperanza de un éxito póstumo. La inmortalidad, no importa si la imaginamos celestial o terrenal, es incapaz de consolarnos de la muerte, cuando se ama tanto la vida.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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