Era un jardín para ciegos: la vida era ofendida constantemente; pero el olfato podía extraer de todo él un placer fuerte, aunque no delicado. Las rosas Paul Neyron, cuyos planteles él mismo había adquirido en París, habían degenerado. Excitadas primero y extenuadas luego por los jugos vigorosos e indolentes de la tierra siciliana, quemadas por los julios apocalípticos.
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Enviada por Olga hace 8 años
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