Todavía soy un hombre vigoroso y ¿cómo puedo contentarme con una mujer que, en el lecho, se santigua antes de cada abrazo y luego, en los momentos de mayor emoción, no sabe decir otra cosa que ¡Jesús, María!? Cuando nos casamos, cuando ella tenía dieciséis años, todo esto me exaltaba, pero ahora… He tenido con ella siete hijos y jamás le he visto el ombligo. ¿Esto es justo? (…) ¡La pecadora es ella!”
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Enviada por Olga hace 8 años
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