Mientras los piadosos pulgares acariciaban el mísero hocico, el animal tuvo un postrer estremecimiento y murió. Pero don Fabrizio y don Ciccio habían tenido su pasatiempo. El primero había experimentado además del placer de matar el goce tranquilizador de compadecer.
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Enviada por Olga hace 8 años
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