Las malas noticias se pegan en la piel de los mensajeros, toman posesión de sus labios y su rostro, haciéndoles responsables de lo que saben, de lo que saben decir, de lo que no pueden callarse. A medida que cruzaba la ciudad, Ángel se sentía más solo y más perdido, culpable por la muerte de su hermano, como si él fuese la causa del dolor, el responsable de las balas que habían acabado con él.
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Enviada por Olga hace 8 años
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