Cerró los ojos y sucumbió al mandato del deseo. Al placer que le prodigaba la boca de El Lobezno acariciando sus pezones duros, y las manos de El Sosezno iniciando un recorrido por la zona más erógena de un cuerpo que empezaba a vibrar, ansioso por recibir un regalo desconocido y anhelado…
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Enviada por Tomás hace 9 años
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