Acarició los listones con la mano. Nunca antes se había percatado de que la casa tenía alma. Aquella casa adosada de Gotemburgo que ella y Mårten habían comprado cuando aún era prácticamente nueva. Entonces le encantaba que todo estuviera limpio y reluciente, que estuviera impecable. Ahora, en cambio, lo nuevo no era más que un recuerdo de lo que hubo, y corriente apagase la llama al cabo de un rato. También en su ánimo llovía y soplaba el viento. Y las llamas que ella trataba de encender se extinguían implacablemente esta otra casa, con sus desperfectos, encajaba mejor con su estado de ánimo. Se reconocía en aquel tejado con goteras, en la caldera, que a veces no arrancaba sino a golpes, y en el aislamiento defectuoso de las ventanas, donde no podían dejar una vela encendida sin que la con un soplo frío.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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