Miraba a lo lejos con ojos inexpresivos, bajo las cejas rojizas, entre las cuales había dos arrugas verticales, enérgicas, que contrastaban singularmente con su nariz aplastada. Así -quizá contribuyera a forjar esta impresión el verlo colocado en alto- su gesto tenía algo de dominador, atrevido y violento. Y sea que se tratase de una deformación fisionómica permanente, o que deslumbrado por el sol crepuscular, hiciese muecas nerviosas, sus labios parecían demasiado cortos, y no llegaban a cerrarse sobre los dientes, que resaltaban blancos y largos, descubiertos hasta las encías.
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Enviada por Emma hace 9 años
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