La altura y el frío prestan a Ronda una serie de características que recuerdan las de una ciudad de España septentrional. Los tejados son bastante empinados, las casas pequeñas y bajas, construidas para proteger del frío antes que, como en el resto de Andalucía, para proporcionar frescura. Pero los frentes enjalbegados y las ventanas enrejadas con sus celosías de madera recuerdan al viajero que se encuentra en el corazón del mismo país morisco. Y Ronda figura, por cierto, en crónicas y antiguas jácaras, como plaza fuerte de los invasores. La tempranura influye en los hábitos del pueblo, y aun en su apariencia: no hay holgazanes reunidos en las plazas, o junto a las puertas de las tabernas las calles están desiertas, y su amplitud torna más manifiesta la soledad reinante.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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