Me senté en un banco de Central Park. Ponía “Recién pintado” así que no vendría nadie a sentarse encima de mí. No me apetecía saber cual era la sensación de que un vivo pudiera atravesar mi espíritu, mi cuerpo invisible o como lo queráis llamar. A mí no me importaba mancharme los pantalones, así que... allí me quedé. Y algún rincón “vivo” de mi mente, recordó algo bastante bonito que creía sobre la muerte cuando era niña. Imaginaba a la gente que se moría encima de las nubes, observándonos como si fuéramos piececitas pequeñas en continuo movimiento. Riéndose de nosotros y espiándonos felizmente como si de un juego sociológico se tratase. Dejé de creer en eso cuando subí en avión por primera vez. Tendría unos once años y al observar por la ventanilla del avión que no había “gente”, ni “espíritus” ni nada encima de las nubes, se me fue de la cabeza esa tonta idea de que nos observaban tumbados en unas nubes cómodas y esponjosas, mejor que cualquier colchón caro que se pudiera comprar en vida.
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Enviada por Lorenafranco hace 8 años
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