Basta con que aparezcan sobre el escenario y dejen escapar los primeros balbuceos para que su público, cautivo como un príncipe convertido en sapo, meta reversa en el tiempo y se deje ir hacia un panorama distinto y sin duda preferible, para entonces pensarse de nuevo libre de elegir, como en esos florecientes años en los que todo el destino parecía latir en las propias manos.
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Enviada hace 9 años
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