Solo Paul permanecía ajeno a todo, hasta que su hijo Jimmy se levantó de su sitio y vino a ocupar la silla que Daniel había dejado libre al abrazar a Rebecca. Con una dulzura inmensa, cogió la mano de su padre y le acarició la cara. Creí entonces percibir con el rabillo del ojo que —muy, muy levemente— Paul sonreía.
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Enviada hace 9 años
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