Aquellas semanas inmovilizada en el Hospital Civil de Tetuán sirvieron para poner algo parecido al orden en mis sentimientos y para sopesar el alcance de lo que los últimos meses habían supuesto. Pero eso fue al final, en las últimas jornadas, porque en las primeras, en sus mañanas y sus tardes, en las madrugadas, a la hora de las visitas que nunca tuve y en los momentos en los que me trajeron la comida que fui incapaz de probar, lo único que hice fue llorar. No pensé, no reflexioné, ni siquiera recordé. Sólo lloré. Al cabo de los días, cuando se me secaron los ojos porque ya no quedaba más capacidad de llanto dentro de mí, como en un desfile de ritmo milimétrico empezaron a llegar a mi cama los recuerdos.
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Enviada hace 9 años
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