La pérdida de la propia vida no es la peor pérdida posible. (…) el tiempo. Ese es el verdadero demonio: nos atiza con el látigo para que sigamos moviéndonos cuando nos gustaría no hacer nada. (…) Disfrutamos de una ilusión de continuidad que llamamos memoria, lo que quizás explique por qué nuestro peor miedo no es el fin de la vida, sino el fin de los recuerdos.
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Enviada por Quintina hace 9 años