Marian agarró las sábanas con fuerza. Estaba tensa por la impaciencia y por otra emoción que reconoció como la gélida energía del terror. En ese momento, suscitar algo, alguna reacción, aunque no fuese capaz de predecir lo que emergería de aquella superficie en apariencia pasiva, de esa cosa amorfa, blanca e insustancial que se extendía en la oscuridad, que se movía a medida que sus ojos se movían esforzándose por ver, que parecía carecer de temperatura, olor, cuerpo o sonido, era lo más importante que podría haber hecho nunca, que podría hacer en el futuro, y no podía hacerlo. Esa certidumbre le inspiraba una desolación helada, peor que el miedo. Ningún empeño de la voluntad serviría de nada. No se decidía a acariciarlo de nuevo. Tampoco se decidía a marcharse.
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Enviada por Marc hace 9 años
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