—No lo olvides nunca, yo soy tú —me dijo Jérôme, cuando nos despedíamos en Charles de Gaulle.
Había sido él quien me había instado a viajar. Yo sola jamás hubiera reunido las fuerzas para salir de mi enclaustramiento. A la vuelta de mi viaje, aunque la idea resultara inimaginable, nos casaríamos.
Frente a nosotros, un ventanal dejaba ver las colas de los aviones que parecían colgar del cielo.
Yo soy tú.
Eran las palabras que nos unían. Que nos habían unido siempre y que nos protegían del infortunio. Como un conjuro. Yo era él y él era yo. Caminamos en silencio hasta la zona de embarque y nos despedimos sin tocarnos.
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Enviada por David hace 9 años
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