No, ateo no, me dije mientras encendía la luz de la mesilla y me incorporaba para saltar de la cama. Nadie era ateo, por mucho que presumiera de ello. Todos, de una manera o de otra, creíamos en Dios, al menos eso era lo que me habían enseñado a pensar, y Farag también creería en Él a su manera, dijera lo que dijese. Aunque, a lo peor, esta opinión, tan propia de nosotros los creyentes, no era más que una actitud intolerante y prepotente y, en realidad, sí que había gente que no creía en Dios, por extraño que nos resultase.
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Enviada por Francis hace 9 años
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