Al final, no eran tan distintos a los demás. Como si el dolor, después de tantas vueltas intestinas, no rebosara más que estupidez. Una sucesión de disputas de una bajeza desoladora. Él meaba sin levantar el asiento, ella se sentaba y se mojaba. Era suficiente para hacer que odiara la vida.
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Enviada por Remedios hace 9 años
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