Aquel día eternamente aplazado, en el que aceptamos como una fatalidad que nuestros sueños de grandeza eran infundados: somos lo que aparentamos, individuos del montón, ni mejores ni peores, iguales que los demás, y nuestra proeza más remarcable es conseguir saldar aquella hipoteca, mantener el empleo, envejecer… Aunque para entonces sobrevivir es nuestro único anhelo.
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Enviada por Bárbara hace 9 años
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