He pensado de nuevo en Agirre. En el hecho de que no se atreviera a enseñarle la casa a Azkue. Nuestra tradición literaria es como la casa de sus padres, pequeña, humilde, desordenada. Pero lo peor que podemos hacer es mantenerla oculta. Al contrario, es necesario que invitemos a entrar a quienes nos visiten y les ofrezcamos cuanto tengamos en casa, aunque lo que les ofrezcamos sea poco, y les parezca pobre.
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Enviada por Gabriela hace 9 años
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