Harry miró el abrigo de lana colgado en el perchero del pie. La pequeña petaca que guardaba en el bolsillo interior estaba llena. Y sin tocar desde octubre, cuando fue al Vinmonopolet a comprar una botella de su peor enemigo, Jim Bean, y la llenó antes de vaciar el resto en el fregadero. Desde entonces siempre llevaba el veneno consigo, casi como los dirigentes nazis que guardaban pastillas de cianuro en las suelas de los zapatos.
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Enviada por Marc hace 9 años
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