Con apenas cuatro años, Irene había abandonado la televisión. No la veía nunca y se sentía muy orgullosa de ello. Había demasiadas cosas encerradas en los libros, en los discos, en las partituras, en las cuerdas de su violín o incluso en las teclas del amargo piano, como para perder el tiempo viendo una pantalla vacía.
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Enviada por Narciso hace 9 años
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