Mi voz está acorralada en una gruta muy estrecha donde debemos hacer hueco a huéspedes indeseables: piel, cartílago, esperma y sangre, elementos donde se supone que flota la vida pero también la muerte. Me ahogo, me desespero y querría tener branquias como los peces para poder respirar bajo el agua. Siento que en cualquier momento podría desvanecerme e ir a dar a las cañerías que recorren el subterráneo de este edificio, de la ciudad, del planeta entero, y ojalá desembocar muy lejos de mi papá que, por ahora, apenas me da un segundo de descanso. Me deja claro que es él quien decide todo sobre mí: el derecho a usar mis pulmones, lo que debo tragar o no, mi tiempo de crecer y todo lo que venga con este cuerpo que llevo puesto pero no me pertenece.
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Enviada por Margarita hace 9 años
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