Aunque su salud seguía deteriorándose, nainai estaba decidida a hacer algo para mejorar nuestra suerte. Recuperando su antigua profesión, comenzó a recibir hombres en la parte de atrás de la choza. Cuando me daba un puñado de semillas de soja tostadas, yo entendía que era hora de desaparecer. Me echaba a correr por los arrozales y los algodonales hasta el monte y me escondía en las arboledas de bambú, donde me ponía a llorar porque no soportaba la idea de perder a nainai como había perdido a mi madre.
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Enviada por Celina hace 9 años
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