Una lentitud apresurada, unas prisas lentas. El verano sin fin, la brevedad sin fin. El momento en el que todo aún iba bien y ser dos era mejor que estar sola. Pensar que aquella sensación podría durar mucho, mucho tiempo. Poder permanecer de aquel modo. Poder estar con aquella persona. Poder coger aquella mano decenas, centenares, miles de veces. Estar en silencio. Escuchar el ritmo sereno, voluntariamente perseguido, de las respiraciones, que podía acelerarse también conjuntamente, al mismo compás.
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Enviada por Kenneth hace 9 años
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