Con esa opresión en el estómago que sentimos al ver al acróbata perder el virtuosismo de su seguridad en una pirueta embarullada y, probablemente, mortal, Félix vio la mano descender, agarrar el billete y desaparecer en el limbo del bolsillo del doctor. Él sabía que seguiría sintiendo aprecio por el doctor, pero comprendía que ello sería a costa de una larga serie de convulsiones del espíritu, análogas a la segregación del fluido de la ostra que tiene que cubrir su desazón con una perla; así tendría él que cubrir al doctor.
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Enviada por Yago hace 9 años
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