Se dio la vuelta y la miró con la misma tristeza con la que lo miraba todo, porque su padre era un hombre de naturaleza triste, con esa misma mirada, pero elevada al cubo, y le dijo sí, pero ¿y ahora qué? ¿ahora quién se va a acordar de él? ¿quién va a saber que le gustaba comer sardinas de bota pisadas en la puerta, que le daban pánico los dentistas, que no había llorado hasta que cumplió los setenta y cuatro años, que guardaba la gabardina gris que le llegaba hasta las rodillas que se compró con el primer dinero que pudo ahorrar?, ¿quién va a saberlo?, ¿quién?, dime quién, dime cuánto tiempo vamos a tardar en olvidarlo. Eso dijo, y hubiera dicho mucho más, pero la voz se le volvió de plomo en la garganta y no tuvo más remedio que callarse
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Enviada por Saúl hace 9 años
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