En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados, de vegetación menos oscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo, cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color rosa entre macizos de jardinería; blancas alquerías, casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída por una viruela de negros agujeros. Más allá Carcagente, la ciudad rival, envuelta en un cinturón de sus frondosos huertos; por la parte del mar, las montañas angulosas, esquinadas, con aristas que de lejos semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré; y en extremo opuesto los pueblos de la Ribera Alta flotando en los lagos esmeralda de sus huertos, de lejanas montañas de tono violeta, y el sol que comenzaba a descender como un erizo de oro.
0
Enviada por Didac hace 9 años
No se ha encontrado imágenes sobre esta frase de Vicente Blasco Ibáñez.